
La acería de Villa Constitución, controlada por ArcelorMittal, detendrá otra vez su producción y aplicará suspensiones masivas con sueldos reducidos. La caída de la demanda, el avance de las importaciones y la parálisis de la construcción agravan la crisis del acero argentino y encienden la alarma por posibles despidos.
La siderúrgica Acindar, controlada por el grupo ArcelorMittal, anunció que desde el viernes 28 de agosto volverá a detener su producción, esta vez en el área de laminados. La medida, que forma parte de un acuerdo con la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), implica la suspensión de centenares de trabajadores con el pago del 75% de sus salarios, como medida paliativa ante la caída de la demanda.
La decisión profundiza el clima de incertidumbre en la mayor acería del país, que ya había frenado su actividad a fines de julio por falta de demanda, afectando a unos 200 operarios. Desde el gremio sostienen que el número de suspendidos es mayor, mientras que la compañía evita dar cifras oficiales. En cualquier caso, la preocupación crece entre las familias que dependen de la planta instalada en Villa Constitución.
Los datos muestran un retroceso sostenido. En 2024, Acindar produjo apenas 600.000 toneladas de acero, la mitad de lo alcanzado en 2023, cuando se superó el 1,2 millón de toneladas. “En un año normal, tirando a bajo, se producen alrededor de un millón”, admiten desde la propia compañía.

La situación golpea de lleno a la economía regional. “La construcción está frenada, el sector automotor no levanta y el alambre para el agro no alcanza. La crisis es crítica”, alertaron desde la UOM local.
A la debilidad del mercado interno se suma la presión de las importaciones, principalmente desde China y Brasil. Con menos trabas burocráticas, ingresan al país acero, aluminio y materiales de construcción a precios más bajos que los nacionales. Mientras países vecinos aplican medidas antidumping, en Argentina la industria local enfrenta la competencia sin mayores protecciones. Acindar, que desde la pandemia dejó de exportar a Estados Unidos, quedó al margen de los aranceles aplicados por el expresidente Donald Trump, pero ahora, con la apertura de importaciones, soporta el impacto del acero asiático más barato.
El contraste se observa a pocos kilómetros, en San Nicolás, donde Siderar anunció una fuerte inversión para expandir su producción, en medio de un panorama sectorial dispar.
El organismo prevé que 2025 será “levemente mejor” que 2024, aunque lejos de los niveles históricos. La construcción sigue paralizada, el sector automotor alterna caídas y repuntes, y la maquinaria agrícola sostiene cierta demanda, limitada por las altas tasas de interés.
La crisis de Acindar trasciende lo empresarial: se ha convertido en un símbolo del rumbo industrial argentino. En Villa Constitución, cada horno apagado refleja la fragilidad de los sectores que históricamente impulsaron al acero —la obra pública, la construcción y la industria automotriz— y abre el interrogante sobre si este parate es coyuntural o parte de un cambio estructural en el que el acero importado reemplace al nacional.
Mientras tanto, son los trabajadores quienes cargan con la incertidumbre: entre suspensiones, salarios recortados y el fantasma de los despidos.