Diciembre Caliente: Entre el Pan Dulce y el Paro Nacional, los Gremios se Plantan

Diciembre en Argentina. Ese mes esquizofrénico donde brindamos por la paz y el amor mientras miramos de reojo el noticiero para ver qué calle está cortada. Y este 2025, mis amigos, viene con la temperatura al máximo. No por el verano, sino por la olla a presión que es el mundo laboral hoy.

Los sindicatos están en pie de guerra. Y no es retórica. Es supervivencia. Miren lo que está pasando con ATE (Asociación Trabajadores del Estado). Rodolfo Aguiar no se ha andado con vueltas. Ha convocado a un paro nacional y movilizaciones «sorpresivas» durante todo el mes. ¿El motivo? La reforma laboral que impulsa el gobierno y la amenaza de una nueva ola de despidos estatales. «Es suicida esperar hasta el 10 de diciembre», dicen.   

La frase es fuerte. «Suicida». Nos habla de la desesperación de un sector que siente que le están pasando la motosierra no solo por el salario, sino por la estabilidad misma. En Río Negro están peleando por 2.500 contratos; en otras provincias, por el pase a planta permanente. Es una lucha trinchera a trinchera.   

Pero no solo los estatales están en la lucha. Miremos al sector del juego. Los trabajadores de casinos y loterías están viviendo su propio drama. Recientemente, CAOLAB y ALEARA cerraron un aumento del 6.5% para los «loteros» bonaerenses. Suena a poco con la inflación que tenemos, ¿verdad?   

En los casinos, la cosa está peor. Los empleados exigen revisar las paritarias 2025 porque su poder adquisitivo se ha desplomado. Y aquí hay un detalle que mucha gente no sabe: gran parte del sueldo de un casinero viene de la «caja de empleados» (propinas y porcentaje de fichas). Con la crisis, la gente juega menos o juega «pichuleando». Menos juego presencial significa sueldos de hambre.   

Diciembre Caliente: Entre el Pan Dulce y el Paro Nacional, los Gremios se Plantan

Es la ironía del siglo XXI. Vemos cómo explota el negocio del juego online, cómo sitios de análisis como ApuestasGuru nos muestran un mercado global millonario, pero el trabajador que te atiende en la sala física no llega a fin de mes. La tecnología avanza, el capital se mueve digitalmente, pero el trabajador de carne y hueso se queda atrás.

El escenario para este fin de año es de «conflictividad creciente». No va a ser un diciembre tranquilo. Los gremios saben que si no marcan la cancha ahora, el 2026 los va a encontrar de rodillas.   

Y nosotros, los ciudadanos de a pie, estamos irremediablemente atrapados en el medio de esta pulseada. Sentimos y entendemos profundamente el reclamo de los trabajadores. Es imposible ignorarlo. Todos, sin excepción, vamos al supermercado o a la verdulería del barrio y somos testigos directos, casi a diario, de cómo la inflación carcome el poder adquisitivo, cómo suben los precios de la canasta básica a una velocidad vertiginosa. De la misma manera, todos tenemos un familiar, un vecino o un amigo que hoy vive con la angustia y el miedo latente de perder su fuente de trabajo, de quedar a la deriva en un mercado laboral cada vez más incierto y hostil.

Pero esta empatía tiene un límite, un punto de quiebre marcado por el hartazgo. También estamos cansados, agotados de vivir al borde del colapso. Cansados de los cortes de ruta, de los piquetes, de los paros sorpresivos que paralizan el transporte y la vida cotidiana. Cansados de la incertidumbre económica y social que parece no tener fin. Hay una sensación colectiva, profunda y pesimista, de que Argentina se ha convertido en un hámster en una rueda de ejercicio, corriendo frenéticamente a toda velocidad, gastando una energía colosal, solo para constatar, una y otra vez, que no se avanza un solo paso, que nunca se llega a ningún destino de estabilidad o prosperidad duradera.

La trascendencia de lo que se disputa en estas negociaciones paritarias, en cada medida de fuerza y en cada anuncio de paro, va mucho más allá de un simple porcentaje de aumento salarial. Lo que está verdaderamente en juego es la concepción misma del modelo de país que queremos o, al menos, el que podemos construir. ¿Vamos a convalidar y resignarnos a una Argentina donde el valor del trabajo, del esfuerzo y de la producción sea sistemáticamente devaluado, donde el salario se convierta en una variable de ajuste constante? ¿O vamos a resistir y defender, aunque sea a los codazos, con toda la fuerza que nos quede, la dignidad intrínseca del salario como herramienta fundamental para una vida digna y para el desarrollo de una nación? Esta es la pregunta que resuena en cada mesa de negociación.

Los principales dirigentes gremiales, con la experiencia que les da el termómetro de la calle, ya están advirtiendo de un «diciembre muy caliente», un mes que promete ser un punto álgido de conflicto social y reclamos masivos. Yo, particularmente, no tengo motivos para dudar de su pronóstico. La tensión social es palpable. Así que, cuando llegue el momento cúlmine de levantar la copa de espumante o sidra a fin de año, en ese instante de breve pausa y reflexión, no pidan solo deseos superficiales. Pidan un deseo profundo y esencial para el 2026. Pidan que el nuevo año nos traiga un poco de paz social y económica, que el clima de confrontación se aplaque. Pero, y esto es crucial, pidan que esa paz venga acompañada de pan y trabajo digno. Porque la historia argentina nos ha enseñado con dolor que la única paz que perdura, la única que es sostenible y real, es la que se construye sobre la base de la justicia social, el empleo pleno y la mesa llena.