SAPO

(por pablo cano) No va a ser definitorio ni para este breve análisis ni para el urgente devenir del movimiento obrero si la marcha convocada para el 22 de agosto se hace o nó.

A lo sumo, de la forma en que viene barajado el asunto, tal marcha (o la no marcha) será otro capítulo  mas del desteñido accionar de la CGT en los últimos tiempos… y es aquí dónde vamos a elegir detenernos, en el porqué la CGT se encuentra en el fondo de la valoración social (como muchas otras veces) y al mismo tiempo prácticamente afuera de la nómina de los grandes poderes fácticos de la patria. Esta conjunción de baja insercción en ambos vectores (base y poder real) es prácticamente inédita en la historia del sindicalismo parido bajo el paragüas de la unicidad promocionada.

Las salvedades que uno podría hacer respecto de lo antedicho -el anclaje de algunos actores de la CGT en el Ministerio de Trabajo y en la Superintendencia de Salud, por ejemplo- vistas en perspectiva lucen más como el reparto de sortija que el dueño de la calesita administra que una conquista corporativa por peso específico. No menores, pero marginales en la discusión grande.

¿Cuál es la discusión grande? …básicamente el modelo de relación laboral individual y colectiva que el Gobierno de Macri tiene en mente para su proyecto de país, el que se asienta en salarios y costos laborales bajos por la transferencia de recursos al capital y por la degradación del marco tuitivo de los derechos del trabajador. Frente a este escenario, la CGT luce impotente a tal punto que es incapaz de articular acciones que presentan fuerte consenso de las bases militantes del movimiento obrero (paros, marchas) dejando vacante un espacio que tarde o temprano va a surgir que es el de la oposición a este gobierno por la agresión al poder adquisitivo del salario, a los puestos de trabajo y a las condiciones del mismo. El caldo de cultivo señalado fue el mismo que generó el MTA en los 90 y recortó la figura de Hugo Moyano como jefe de la resistencia de los trabajadores. Ese lugar catapultó a Moyano a ser socio en la recuperación iniciada para la clase obrera en el 2003 . Y ese lugar también condujo a Moyano al último acto de rebeldía que se puede ver en la CGT, cuando en vísperas del cierre de listas del 2011 reclamó su cuota de poder frente a la propia CFK. Todos sabemos cómo continuó la historia.

El elenco que hoy protagoniza la comedia de enredos con sede en Azopardo acompañó sustancialmente el gobierno «peronista(?)» de Menem, desde un lejanísimo plano vió transitar el epílogo de la convertibilidad con De La Rua y con Néstor Kirchner tuvieron una convivencia pacífica a caballo de la recuperación del país que les permitió a los grandes gremios administrar abundancia. Sin hacer ningún nombre propio, es impensado que estos actores tengan algún gesto de insurrección contra el status quo que tanto veneran. Ni siquiera ante la evidencia que su cuota de poder sólo es validada por la interlocución de un gobierno que ya los denuncia genéricamente («las mafias…») y que si aún no fue por ellos es porque todavía están ocupados en la resistencia real a su gestión que expresa Cristina.  Los gremios intervenidos, los jueces denunciados, el tiki tiki mediático del costo laboral termina, tarde o temprano, en la supresión del modelo sindical argentino tanto porque su propia existencia pone un piso a la negociación trabajador/empleador como por la aversión que la derecha gobernante tiene por todo aquello que huele a Peronismo.

Si el momento de ese sapo se acelera demasiado, el propio devenir de los hechos generará otra conducción. Si se demora, las tensiones internas se cocinarán a fuego lento y para cuando tenga que discutirse el próximo presidente, dentro de 26 meses, la polarización extrema hacia la que conduce el renacimiento de un nuevo bipartidismo en Argentina -donde la centro derecha es Cambiemos y la centro de izquierda está por verse- demandará un ordenamiento que ya no producirá un quiebre de la CGT…será necesaria otra, la que se definirá por no tragarse el sapo de otros 4 años de un gobierno de derecha sin pelear.