Trump

Como suele suceder, todos acertamos los resultados con el diario del lunes. Aquí vamos a profundizar ese sesgo soberbio que implica hacer bandera con el “yo ya sabía” para intentar una mirada que permita, también, extraer alguna conclusión del “fenómeno Trump”.

Lo primero es entender que en las democracias lo que se juega es ver quien ejerce la representación de las demandas de la sociedad, la lógica indica que quien logre representar mayoritariamente esas demandas gana, porque representa una mayoría del universo de las demandas de la sociedad.

Vuelva a leer el párrafo anterior y verá que lo que uno dice no sólo es una obviedad sino que es una obviedad escrita dos veces en la misma oración.

Pues bien, esa obviedad es la que parecen haberse salteado los analistas previos en el gran país del norte, del mismo modo que hace un año atrás sucedió en Argentina, cuando nadie daba como ganador ni a Macri ni -sobretodo- a Vidal.

Al decir de los propios analistas (sociólogos, politógos, semiólogos y etc.) es el error en la lectura de “la subjetividad de las mayorías populares” lo que hace fracasar encuestas y análisis previos. Dicho en cristiano, no poder entender cuáles son los fenómenos que atraviesan a las clases menos afortunadas en el reparto de la torta a la hora de expresar sus demandas y focalizar en alguien la representación de las mismas.

Sucede esto por dos razones, la primera es lo difícil, en términos operativos, que es auditar la opinión pública de los menos pudientes lo que encarece enormemente el costo de una encuesta lo más fiel posible. La segunda, porque las reglas de interpretación que se aplican a la lectura de la opinión en las clases medias y altas no son traspolables linealmente a los que están en la parte baja de la pirámide social, cuyos gustos, reglas y valores no siempre coinciden con el resto de la sociedad o, pueden coincidir pero por razones distintas, lo que induce a desaciertos a la hora de interpretaciones.

Que un millonario, bruto, filoxenófobo, sexista, prepotente y mal hablado logre expresar una parte sustancial de los sectores mas desfavorecidos de la sociedad cuando nunca en su conocidísima vida pública ha dado prueba de que se interesa por ellos (sino casi lo contrario), es síntoma claro que las reglas de interpretación de los humores sociales en las clases bajas no se rige por una lectura retrospectiva y reflexiva, sino que es absolutamente urgente y pasional. No hay historias que premien a dirigentes vivos, no hay ideologías que perforen mayoritariamente en contextos dónde lo “urgente” (trabajo, salario, salud, seguridad, vivienda, etc.) se impone en el día a día. En definitiva, nadie come con lo que comió ayer.

Aquellos que conectan con esa frustración mayoritaria, con esa sensación de desamparo que genera el “no estar incluido”, que se potencia en el caso de los que vienen perdiendo en el reparto y conocen de una vida mejor (la que idealizan), logran imponer esa conexión por sobre cualquier condicionante previo. No es que las clases populares sean ignorantes per se ni profundamente ingenuas, no. Por el contrario, es la necesidad de una esperanza lo que los vuelve incautos, primero con un candidato, luego con otro, luego con uno que niegue a los previos y al sistema que los genera.

Todas las marchas, paros y jornadas de lucha que viene generando el progresivo ajuste del gobierno del Presidente Macri parecieran estar siendo mal leídas. Aquellos que piensan que atomizan el frente opositor y “toleran” las mismas con estudiada indiferencia se equivocan al interpretar que tales acciones son al mismo tiempo válvulas de escape consentidas al ajuste social a la vez que ejercen – por sus protagonistas y por el incordio que muchas veces generan en la vida urbana – tal estigmatización que las aísla progresivamente. Y los otros que pretenden empujar/liderar la avanzada de la resistencia en la convicción que los reproches al gobierno de Cambiemos forma parte de una agenda única, monolítica y absolutamente mayoritaria. Hay un hervor en varias capas de la sociedad que está demandando nuevos intérpretes e interpretaciones, el punto de cocción no se sabe. Lo que está claro es que la mesa está servida.