Luche y se van

Un acto contundente. Multitudinario. Poderoso. Una demostración de fuerzas y de capacidad de movilización que dejará al #29A como uno de los hitos del sindicalismo en la historia reciente de la Argentina. Eso fue lo que ocurrió el viernes en el denominado acto de las 5 centrales sindicales. De hecho ni la vocación de minimizar el daño, escondiendo la convocatoria al Monumento del Trabajo, logró matizar la marea humana que ganó las calles, bajo distintas banderas, para mostrar su descontento con la política ocupacional y económica del gobierno de Mauricio Macri.

Golpearon. Y duro. Un cross contundente que se sintió y se instaló en la agenda de todos los medios y del arco político en su conjunto. Aunque los discursos de los oradores (bastante pobres en general), con sus grises, giraron más en la idea de pedir un lugar en la mesa de decisiones que en la de confrontar, la medida hizo mella y abrió varios interrogantes para el futuro cercano en materia política y en materia gremial.

Como lo señala la doctrina vandorista, ahora queda un impasse para negociar. Todos desde el escenario pidieron ser convocados, escuchados, consultados, tenidos en cuenta. Es que para muchos dirigentes pareció (y parece) más trascendente participar de la intimidad del gobierno, que las políticas públicas que el oficialismo pueda llegar a tomar. Un ejemplo claro fue Roberto Fernández, titular de la UTA, que ante un llamado de la nueva gestión se sentó en una cumbre de funcionarios para anunciar, con gesto de inevitable, un tarifazo que sufrirán fundamentalmente los trabajadores. Gremialista funcionario pero feliz.

Por la magnitud del #29A es imposible no traer a la memoria la movilización por «Paz, Pan y Trabajo» del 30 de marzo de 1982. En ese momento, otra multitud liderada por la CGT ganó las calles y sentenció el principio del fin de la dictadura que caería 18 meses después. Aunque en el medio apareció el «factor Malvinas», la herida abierta por el gremialismo canalizando el descontento generalizado, había dejado en claro que la puerta de salida estaba a la vuelta de la esquina, aunque no se sabía cual sería el catalizador de ese cambio.

Claro que sería aventurado hipotetizar algo similar para un gobierno recién llegado, pero si Cambiemos no hace una lectura clara de lo sucedido podría ser el inicio de un camino que se sabe como empieza y no como puede terminar. Para los agoreros el macrismo puede tener su «factor Malvinas» en las legislativas del 2017, aunque son sólo especulaciones de bar. Por ahora los convocantes y los concados únicamente saben que los une el espanto. El resto está por verse.

Claro que en el medio entre lo ocurrido en el siglo XX y esto del soglo XXI hay más diferencias y de peso. La movilización de 1982 dejó como saldo una brutal represión y dos trabajadores muertos, lo que dio cuenta de un modo violento de resolución de conflictos que en 2016 parece definitivamente superado. Además en aquel momento quien encabezó la gesta era un joven dirigente en ascenso, de apenas 46 años, llamado Saúl Ubaldini que representaba al sector más combativo y dinámico del gremialismo cegetista que sobrepasó la contención de los colaboracionistas. En 2016 la cúpula sindical apenas tiene renovación a la vista, la juventud escasea, las cúpulas tratan de obturar los movimientos en las bases y la figura central es un hombre de 71 años cercano al retiro.

«Luche que se van», se gritaba en 1982 ante una dictadura que comenzaba a tambalear. Ahora, con sólo 4 meses y medio de gestión, Mauricio Macri y su política económica lograron que una porción importante de los movilizados repitan un slogan que parece más propio de un gobierno cerca del ocaso del mandato que de uno que apenas está teniendo rodaje. Y esa consigna, que se hacía sentir en varios puntos en las calles y que expresaba un caldo de cultivo sobre el cual se asentó una movilización de masas, era desactivada sistemáticamente desde el escenario con dirigentes que no terminaron de marcar la misma agenda que los dirigidos. Lo que deja una nota al pie para la cúpula sindical. Es que teniendo en cuenta esta distancia entre unos y otros, los caciques deberían temer un proceso de radicalización del camino de confrontación entre las bases y el macirsmo, fruto de la profundización del rumbo económico de Cambiemos. Un futuro en ese sentido podría dinamitar la posibilidad de acciones que obturen el conflicto (como la del pasado viernes) y podría enfrentarlos a un inevitable recambio generacional que marcaría su declive.

La movilización, que a la postre fue de las 4 centrales con la autoexclusión de Luis Barrionuevo y su CGT Azul y Blanca, también dejó algunos apuntes desde la política. Es que todo el arco opositor se sumó, de una u otra manera, a lo que será el primer hito de «antimacrismo». Tanto el PJ que busca reestructurarse, como los que están virtulamente afuera pero se reivindican peronistas como Sergio Massa y Andrés Larroque (desde quien hablaba CFK) se repartieron los lugares para acompañar la jugada del #29A. Todo ese espectro, que hasta el 2011 estuvo encolumnado detrás del kirchnerismo, y luego disperso, consiguió por primera vez volver a reunirse aunque sea repartiéndose espacios y respetando las diferentes agendas. ¿Surgirá de allí el catalizador político del descontento con el macrismo?. Quizás.

La centroizquierda se hizo presente y buena parte de la izquierda más radical también. Un crisol de posiciones y visiones que sólo pueden confluir como respuesta a la sorda política económica de Alfonso Prat Gay. Hasta el momento la tecnocracia al servicio del mercado aisló a Macri hasta de una porción de quienes formaron la coalición de gobierno, que hoy amenaza con resquebrajarse. Sin una mirada que logre superar ese autismo el futuro del gobierno tendrá más movilizaciones como las del #29A y carecerá de capacidad de seducir a sectores que comienzan a abandonarlo.