
Si bien es cierto que se trata de una juntada histórica, en términos del largo tiempo que pasó hasta que se diera una unidad semejante en la Argentina, no convendría apostar por la revitalización mágica del gigante sindical dormido. El contexto lo arrincona y lo obliga a marchar. Y ni siquiera a todos: el jefe del sindicato de peones rurales, Gerónimo “Momo” Venegas, desde un oficialismo al borde de la caricatura, optó por borrarse. Y el gastronómico Luis Barrionuevo maneja opciones parecidas.
Hugo Moyano, si bien últimamente endureció su postura contra al gobierno, parece más tentado por la conducción de la AFA que por la lucha sindical. ¿Es irracional la actitud de Moyano? A los 72 años, después de haber resistido al neoliberalismo de los noventa y haber tomado la (por momentos incómoda) bandera contra el impuesto a las Ganancias durante el kirchnerismo, el camionero pretende un nuevo desafío. Las prioridades y trayectoria de Moyano revelan otro de los problemas que arrastra el mundo gremial: una mezcla de avejentamiento, burocratización y abismo entre las cúpulas y las bases.
El paso del kirchnerismo al macrismo a su vez corrió de escena el principal motivo de discordia entre las Centrales: la caracterización que cada una de ellas hacía (la calidad de los motivos es otro debate) sobre el ciclo K. O al menos esa discusión a lo Boca-River fue la que primó en la superestructura, por encima de un panorama bastante más activo y basista.
Hasta hace cinco meses, existían dos CGT y una CTA definitivamente opositoras (la de Moyano, el sector de Barrionuevo y la central de Pablo Micheli), más otra CGT seudo-oficialista (la de Caló y “los gordos”) y una CTA que simpatiza con el kirchnerismo (la de Yasky), sin siquiera homogeneidad política entre las de cada bando.
Ahora, el rumbo de la política macrista parece haber relativizado las diferencias, a pesar de algunos gestos oficialistas y concesiones materiales por parte del gobierno. Hoy el sindicalismo marchará en bloque: una verdadera excepción en la historia de los últimos 40 años.
A fines de los sesenta, existía un enfrentamiento entre la CGT de los Argentinos, liderada por el gráfico Raimundo Ongaro, y la CGT del metalúrgico Augusto Timoteo Vandor; después vinieron las pulseadas de Jorge Triaca, que desde la CGT Azopardo mantenía un buen vínculo con los militares de la última dictadura, versus el cervecero Saúl Ubaldini y su combativa CGT Brasil.
Ya en los noventa, los ajustes menemistas volvieron a dividir aguas sindicales: en una vereda se ubicó plácidamente la CGT de Rodolfo Daer (que entonces compartía cartel con Andrés Rodríguez y Oscar Lescano); hacia la otra, la de la resistencia, migró el Movimiento de Trabajadores Argentinos, de Hugo Moyano y Juan Manuel Palacios. A ese grupo se le sumó la CTA, nacida en 1992 y alimentada principalmente por sindicatos docentes y estatales, afectados directos por el peronismo menemista.
Así, si bien las políticas macristas inducen a un clima de unidad, no alcanzan para resolver la fragmentación, el desprestigio social, la crisis de representación y la aparición de subjetividades que ponen en jaque al viejo colectivo gremial. Hoy, todos esos conflictos y debilidades quedarán circunstancialmente disimulados.