Desafíos del movimiento obrero a la defensiva

Con la salida de la convertibilidad y el nuevo modelo de acumulación que llegó de la mano del kirchnerismo, el sindicalismo volvió a recuperar su lugar clave en la estructura social, política y económica de la Argentina. Ese actor social que parecía herido de muerte en la década anterior, reconquistó su influencia no sólo en el proceso productivo y en el mundo laboral, sino también en la política y en el territorio.

Sin embargo, con una economía que comenzó a dar señales de alerta hace un tiempo, pero que definitivamente muestra duros signos de parate en los últimos meses, este gigante de varias cabezas, que es el sindicalismo argentino, afronta una nueva etapa. A la falta de creación de puestos de trabajo en 2013, en 2014 se le suma una -fuerte- crisis en varias actividades claves que golpean de lleno en el mercado de trabajo y se plasman en despidos, suspensiones y situaciones de crisis que determinan el cierre de empresas.

A la conocida situación delicada de la industria automotriz con miles de suspensiones y cientos de despidos, se le suman ahora los problemas en las metalúrgicas, en la construcción, en la industria de la carne, el comercio y en distintas ramas de alimentación. Estamos hablando de todos sectores que tuvieron años de bonanza y que afrontaron la creación de miles de puestos de trabajo en los últimos 10 años.

Un mercado laboral con destrucción de empleos colocó definitivamente en 2014 al revitalizado movimiento obrero frente a un nuevo desafío desde su regreso, pasar a la defensiva. Mientras que en los años anteriores las disputas sindicales se centraban en temas de encuadre gremial, en mejorar condiciones de trabajo, regularizar personal, conseguir salarios o negociar aportes, en este 2014 el desafío pasa por cuidar el salario y sostener los puestos de trabajo en un contexto de ajuste.

Esta realidad comienza a hacerse sentir y a marcar el pulso de la conflictividad social. Así como en algún momento de la Argentina las Organizaciones Sociales eran quienes determinaban el compás de las protestas a la luz de una desocupación record, ahora son las distintas expresiones sindicales las que llevan sus reclamos a las calles ante los ajustes en los establecimientos laborales.

Sólo en el mes de julio, según los datos relevados por la consultora Diagnóstico Político, hubo un total de 358 cortes de calle, bloqueos o piquetes vinculados a problemas en el mercado laboral. Este número es el reflejo de una situación compleja con varias aristas.

Mientras que en julio la conflictividad en el sector público, con 122 bloqueos, se sostuvo en niveles altos como en el último tiempo, la novedad es la irrupción de los trabajadores del sector privado que reaccionan ante despidos y cesantías. En el último mes se produjeron 115 bloqueos por ese motivo. Además, hubo otros 54 protagonizados por trabajadores del sector privado en diversos reclamos y 67 protagonizados por organizaciones de izquierda en apoyo de conflictos como el de Lear, EmFer, Paty y Shell, entre otros.

Las respuestas del movimiento obrero organizado, protagonizando en las calles la resistencia, también encuentran profundas diferencias entre los actores que disputan la conducción (o no) de los conflictos. Es que el mosaico que conforma el mundo sindical argentino con el predominio del tradicional sindicalismo peronista, pero con cinco centrales obreras con dos modelos de agremiación, dos mil nuevas organizaciones gremiales que irrumpieron desde 2001 y la novedad del ascenso de la izquierda, especialmente a nivel de fábricas, presenta un panorama complejo, dinámico y poco previsible.

El reto de afrontar una etapa de ajuste suma, además, el desafío de transitarla en plena fragmentación y con vertientes que parecen irreconciliables. Veremos si el tradicional sindicalismo peronista logra salir de esta fase fortalecido o paga el precio de no estar a la altura con la erosión de sus bases y el avance de los sectores de izquierda u opositores.