El maximalismo de Barrionuevo, la premonición de Moyano y la interna de una CGT que no se rompe

«En el asado estuvimos todos de acuerdo con «el Negro» en que si se hacía la movilización y no se le ponía fecha al paro, estaba dado el caldo de cultivo para que ocurriera lo que vimos. Después decidieron no poner fecha. En el medio algo pasó». El relato pertenece a un histórico referente cegetista que estuvo presente en el  almuerzo con el que la conducción de la CGT recibió a Hugo Moyano, Antonio Caló y Luis Barrionuevo, hace apenas dos semanas. «Barrionuevo era el único que quería suspender la movilización para ir directo a la medida de fuerza, pero ya estaba todo armado y no había vuelta atrás», agregó.

Pero la marcha del #7M, diagramada como una demostración de poder y como evento clave para descomprimir la tensión creciente entre los propios dirigentes (¿halcones y palomas style?), terminó siendo el Caballo de Troya de la CGT. La distancia entre los distintos sectores que componen la central obrera quedó al descubierto (como nunca antes desde la reunificación) y erosionó a un triunvirato, que hasta aquí se había esforzado por mostrar cohesión, a pesar del escenario complejo en el que asumió.

«Hugo está muy mal con todo lo que pasó el martes. Lo puso muy mal que lo hayan puteado así a Pablo, que no tenía nada que ver», explica un cacique del moyanismo para graficar los sentimientos del camionero. Hugo Antonio siguió atentamente (aunque en las sombras) el acto del #7M y quedó impactado por el cierre, aunque anunciado por él mismo, con agresiones e insultos a los dirigentes.

Desde el minuto posterior a los hechos, el esquema de triunviros parece empezar a tambalear y también la relación de fuerzas. En una central obrera sin proyecto, que contiene en su interior un abanico inverosímil de sectores que van desde el respaldo velado al gobierno hasta la oposición abierta, se esfuma el tiempo de hacer equilibrio. En la confusión, son muchos los que apuntan a Andrés Rodriguez y a José Luis Lingeri como los pescadores que ganaron poder en lo revuelto del río, y los culpan por dilatar las resoluciones y primar los canales de negociación con Cambiemos por sobre las resoluciones conjuntas.

El moyanismo, en un rol de reparto, no está dispuesto a seguir pagando el costo político por delitos que no cometió. Por ello, con la férrea creencia de estar subrepresentado, ya alista a su tropa para recuperar terreno. En lo que es el regreso de la disputa con los Gordos, buscarán la confirmación del paro general en el cónclave de la semana próxima (algo que es virtualmente un hecho) y la realización de un posterior plenario de secretarios generales o un Confederal para resolver un plan de lucha. Ese encuentro ampliado podría convertirse en la plataforma de lanzamiento de un nuevo operativo clamor por la instalación de Pablo Moyano como figura futura de la CGT y el lugar para que sus principales alfiles expongan sus críticas al triunvirato.

Pero la crisis interna le da una buena noticia a la central. Todos están dispuestos a resolver los problemas puertas adentro. «Irse sería perder más tiempo. Hasta que nos vamos, nos organizamos y armamos una medida de fuerza, pueden pasar 3 o 4 meses», contó un referente de uno de los gremios industriales que por estos momentos batallan contra la apertura de importaciones. Ni la UOM, ni Camioneros, por citar dos de los casos más emblemáticos, dejarán el edificio de Azopardo. Salvo que ocurra algún otro evento que los empuje de salida.

Con la tranquera cerrada, pero la disputa más abierta que nunca, los gremios del transporte también esperan colarse en la discusión. “Si la CGT no toma esa medida de un paro general, lo va a ser la CATT y, si para la CATT, para el país”, dejó trascender en las últimas horas Omar Maturano, en una especie de ultimátum. Los transportistas lograron protagonismo en los últimos años y tienen una capacidad de daño que les permite sentarse de igual a igual con cualquier pope cegetista. En paralelo, sus referentes pendulan entre la confrontación y el acuerdismo, subsidios mediante, y hablan de garantizar la gobernabilidad.

Más allá de las diferencias, la Corriente Federal de Trabajadores es otro espacio que apuesta la permanencia en la central. «Buscan fragmentarnos para que el Gobierno gane poder. Nosotros no nos vamos a ir», contó uno de sus líderes. La idea de los conducidos por Palazzo es continuar presionando por el paro general (con fecha tentativa el 30 de marzo) y colarse en la discusión en la posterior definición de un plan de lucha, apostando a sumar fuerza, en base a una alianza táctica, con los más cercanos ideológicamente. Entienden que el contexto no los deja mal parados y que tienen un terreno fértil para avanzar ante la falta de conducción del triunvirato: «Estamos creciendo, se siguen sumando seccionales y se nos acercan muchos gremios», sostienen optimistas.

De la puerta para afuera hay dos sectores que siguen atentamente lo que pasa en Azopardo, con miradas distintas, pero diagnósticos parecidos. Tanto las 62 organizaciones como el MASA, aprovecharon lo ocurrido frente a Industria para responsabilizar al triunvirato y marcar sus carencias de conducción. Ambos espacios estuvieron contra el esquema de tres y hoy están preocupados por la eventual pérdida del control de la calle y la anarquización de la protesta. Temen que una «desnaturalización» del conflicto social pueda complicar a todos sin distinción.

Para los de Venegas el #7M marca la falta de rumbo de los secretarios generales que se rodearon de una base social a la que no logran conformar: «Los movimientos sociales les coparon el palco y le decían a los secretarios generales que decir y que no decir», relató una fuente muy cercana al ruralista. Por su parte los referenciados con Sasia, mientras se separan de Bossio para alistarse bajo el paraguas de Randazzo apostando a la interna del PJ, piden un plan de acción concreto para ir acercando posiciones. Quizás, como en la política, es hora de empezar a caminar más cerca para tener más seguridades.